Llevo bastante tiempo visitando los locales de Le Blé. Son más de veinte, con lo cual, no los conozco todos, pero en los que he tenido oportunidad de estar, me he ido siempre con la misma idea, que -además- opera como una lógica que entiendo en esta y en cualquier otra disciplina: cuando haces las cosas con pasión, no hay manera de que te vaya mal.
Y en eso creo que radica el éxito de este lugar. Una carta con muchos productos y todos elaborados con mucho cariño.
Para tenerlo claro, la especialidad son los desayunos y las meriendas. Y ahí tenés una oportunidad para cada tipo de paladar. Desde los clásicos de café con leche y medialunas o tostado, hasta los brunch con huevos revueltos, panceta o palta, pasando por las tostadas con dulce, crema, manteca, etc.
El café con leche (también hay té y otras infusiones) te lo sirven en pocillo o jarrito, taza mediana, o un tazón increíble que te recuerda a tu abuela, cuando te quedabas a dormir en su casa durante las vacaciones de invierno y, a la tarde, te ponías a mirar los dibujitos mientras mojabas los bay biscuits sin parar.
La patisserie del lugar es variada y nada los deja mal parados. Recomiendo fervientemente un clásico: los libritos de grasa; sencillamente, un viaje de ida.
Siempre que paso por ahí y tengo ganas de deleitarme, es una parada obligada; la misma que me tomo cuando escucho a alguien apasionado por lo que hace. Y en este caso, les digo que los de estos tipos no es solamente un slogan.