Carambola: Lance del juego de billar en que la bola atacada toca a las otras dos.

Viernes, después de ir al teatro, se imponía cenar.

La idea que barajábamos era la de comer pizza; no porque sea la comida indicada toda vez que uno sale de ver un espectáculo en calle Corrientes, sino porque mi plan era ir a una pizzería en especial (me reservo el nombre), para luego hacer mi reseña. Pero al llegar estaba lleno e, incluso, había gente esperando en la puerta. No sé que les pase a ustedes, pero a mí siempre me pareció que -con la oferta gastronómica que tiene la Ciudad de Buenos Aires- esperar para comer es un sacrilegio únicamente tolerable si uno pensaba en comer eso y solo eso que fue a buscar.

No era mi caso. Entonces, como estábamos en el circuito gastronómico de Avenida Caseros en San Telmo, decidimos probar suerte en Club Social De Luxe.

Ni bien entrás, te encontrás con un local muy iluminado de modo bien intimista y, a la izquierda, con una barra con vitrinas llenas de botellas, que te va a dejar impactado.  Darío, el barman del lugar desde hace cuatro años (el Club S está abierto desde hace seis), me contó mientras nos atendía -ya que a pesar de haber lugar en algunas mesas con mantel nos decidimos a comer en la barra- que si bien el lugar tuvo varios destinos, el más prominente y de donde proviene ese mobiliario había sido una botica.

Yendo a lo que cenamos, arrancamos con una provoleta con rúcula y tomates desecados. Un encanto la combinación y el modo en que estaba servida, confirmando, una vez más, que la comida entra también por los ojos.

El principal fue un bife de chorizo con papas rústicas, pero la novedad es que. sobre la carne, se derretía una manteca emulsionada de chimichurri, que te recuerda la suerte que tenés de haber nacido en estos pagos. Eso lo acompañamos con una ensalada que, entre otras cosas, tenía palta, hojas verdes, huevo duro y aceitunas. Todo esto, coronado con un excelente malbec y sazonado con la charla de nuestro barman anfitrión y una banda de bossa nova que tocaba de fondo, en un balcón, en la parte superior del salón. Muy cautivante.

Bien pipones y sin lugar para el postre (me quedó pendiente ver a qué sabía el volcán de dulce de leche), pedimos la cuenta y, en la espera, nuestro gran Darío nos sugirió beber un cocktail de nombre “Carambola”, un trago a base de carambolo y puntemes, que cerró una noche mágica.

Les recomiendo el lugar para que vayan a comer un día de estos, pero como primera opción, no como hice yo, aunque terminó siendo una gran velada con “Carambola”…

Artículo anteriorCAPÍTULO II
Artículo siguienteSuban el volumen, suena Leonard Cohen
Me llamo Walter Petina, soy argentino, porteño y tengo 48 años. Tengo una hija de 12 años que sin dudas es el máximo logro de mi vida. Se llama Miranda (como el personaje de la “Tempestad”, de William Shakespeare) y, más allá de que sea mi hija, es un ser humano increíble. De chico y gracias a mi viejo, conocí el valor del trabajo y cómo llevar adelante un negocio. Desde hace casi veinte años, soy empresario en el sector del software y el hardware, y dediqué prácticamente toda mi vida laboral a la comercialización de productos. Trato, todo el tiempo, de mantenerme incentivado con nuevos proyectos, porque pensar y hacer nuevas cosas me trae la energía que necesito para levantarme todos los días muy temprano y con muchas pilas. Este blog es un nuevo desafío que encaro con la misma voluntad y dedicación que todo los otros. ¡Gracias!

Contestar

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.