Cuando tengo que hacer un trámite, de esos que implican algo vinculado a papeles, firmas y sellos, olor a tinta y a aburrimiento, no sé por qué, pero siempre dispongo de poco tiempo. Bah…, en realidad sí sé por qué. Simplemente, no me gusta hacer trámites y punto redondo, como dicen los españoles.

Es por eso que trato de mecharlo entre actividades, lo cual me deja solamente el espacio justo para hacerlo y volver corriendo a la oficina.

Pero, en ciertas ocasiones, como cuando de chico te decían que si te dabas la vacuna y no llorabas ni hacías berrinches, te esperaba un chupetín o un chocolatín a la salida del consultorio, yo me premio por haber cumplido exitosamente mi trámite y, al final de la corrida, me tomo un café en algún bar o, algunas veces, me permito almorzar.

Los otros días, tuve que ir a la escribanía, en Lavalle al 1700, a firmar unos documentos y, a la salida, caminé cincuenta metros y me metí en Los Galgos, uno de los bares notables de Buenos Aires.

Nacido en 1948, fundado por la familia Ramos, recibió, muchas veces, a Discépolo, Pugliese, de Caro y Troilo, y se convirtió en leyenda.

Tras muchas décadas de gloria, luego, naufragó en los noventa, como tantos otros bares de la ciudad para volver a sus orígenes, en 2015.

Los Galgos reabrió sus puertas de la mano del gastronómico Julián Díaz y la diseñadora e ilustradora Flor Capella, ambos, creadores del bar 878. No solamente reconstruyeron el local con materiales originales, sino que sumaron su trayectoria culinaria para crear un espacio nuevo, con la mística de siempre, pero con espíritu renovado.

Aquí me senté, una vez más (no es la primera vez que iba), a disfrutar de mi premio:  una milanesa “a caballo”, denominación de la guarnición de papas fritas y dos huevos fritos.

Excelente plato, como otros de la carta que es corta, pero muy interesante y que combina clásicos de la minuta porteña -como este- con otros de mayor elaboración, como, por ejemplo, un risotto de calabaza y queso brie ¡impecable!

Por supuesto, terminé con un riquísimo ristretto que, además, te lo traen con una jarrita de agua caliente en miniatura, para que puedas agregarle a tu gusto si el brebaje te resulta excesivamente poderoso para seguir la jornada de trabajo.

Datazo: de lunes a sábados, de 18 a 20 (fuera del horario de trámites), es la “hora del vermouth”.

Recomiendo Los Galgos, no solamente por los platos y la atención, sino como símbolo de que, a veces, vale la pena autopremiarse.

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Me llamo Walter Petina, soy argentino, porteño y tengo 48 años. Tengo una hija de 12 años que sin dudas es el máximo logro de mi vida. Se llama Miranda (como el personaje de la “Tempestad”, de William Shakespeare) y, más allá de que sea mi hija, es un ser humano increíble. De chico y gracias a mi viejo, conocí el valor del trabajo y cómo llevar adelante un negocio. Desde hace casi veinte años, soy empresario en el sector del software y el hardware, y dediqué prácticamente toda mi vida laboral a la comercialización de productos. Trato, todo el tiempo, de mantenerme incentivado con nuevos proyectos, porque pensar y hacer nuevas cosas me trae la energía que necesito para levantarme todos los días muy temprano y con muchas pilas. Este blog es un nuevo desafío que encaro con la misma voluntad y dedicación que todo los otros. ¡Gracias!

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