Corrió esa media cuadra para alcanzar el colectivo y, al llegar con éxito al escalón del vehículo, tuvo que llevarse la mano a la boca como si quisiera volver a poner el corazón en su lugar.
“Tengo que hacer algo con el cuerpo”, pensó. “Quizás, debiera salir a caminar un rato al regreso de la fábrica”, analizó, cuando se dejó caer pesadamente en el segundo asiento de la fila derecha del 271 que lo llevaba hasta su trabajo todas las mañanas desde hacía 23 años.
“¿Pero con qué tiempo?, ¿con qué ganas?”, se resignó.
La vuelta desde la bulonera la pegaba alrededor de las 4 de la tarde y llegaba a su casa, si todo iba bien, tipo 5 y media. En invierno, ya era de noche y el barrio estaba picante como para salir a caminar a esas horas, se conformó.
¿Y el gimnasio de la estación? Al instante, se vio entrando en pantalones cortos por la puerta de “Acrobacias” y pensó: “Luis, ¿qué pintás vos ahí?”. Idea descartada.
A lo mejor, convenía empezar por el morfi. Ya le iba a decir a Raquel que sacara la panera de la mesa en la cena. O mejor, ¡le iba a pedir que no compre más pan!, se auto convenció.
¿Y los viernes?, ¿cómo hacía en la fábrica con Rubén y Armando? -¡Gordo!, ¿chori o morci? -Chori negro, pero al plato… ¡naaaa!
¿Y los domingos? Cuando se levantaba ponía la pava para el mate y ahí estaba Raquel… ¡con los churros! ¡Qué mujer!
“Capaz que lo mejor era empezar por el alcohol”, se lo dijo como una plegaria cuando miró para la ventana y vió un cartel con la publicidad de esa cerveza.
Sí, eso era lo mejor. Además, no tomaba demasiado con lo cual podría resultar algo mucho más sencillo de llevar adelante.
¿Y los miércoles de truco? Ahí se jugaba a las cartas y se tomaba un par de birras con el petiso Zabala, Marito y Cinco Estrellas, como le decían al dueño del kiosco “El Cheratón”. Este último armaba el garito detrás del local y ponía los tragos. ¿Cómo se negaba?
¿Y los sábados cuando iba con su cuñado a ver al tallarín de Escalada? ¿Cómo iba a decirle cuando lo invitaba con el fernet con coca y el maní? -Sí, pero con coca ¿ligth?
Y después, a la noche, cuando Omar o el pelado, siempre y cuando ganaran, se mandaban esos chivitos. ¿Qué les digo? -¡Para mí con agua!
Todo se oponía a su intento de mejorar su aspecto físico se repetía. Todos esos momentos de gran goce con la posibilidad de las charlas, los chistes, las carcajadas, algún espacio para la reflexión o las calenturas, acerca del futuro de la familia, del país, estaban asociados indefectiblemente a la comida y la bebida.
Quizás debiera explorar por el lado del cigarrillo. ¿Últimamente estaba fumando más? Pero eso era dejar de jugar a las damas con Ernesto y esas peleas a muerte en el sauce de la esquina, discutiendo si había que poner a Alan Seguel o a alguno de los pibes de inferiores.
“¡Uff, qué difícil! Pero algo tengo que hacer…”, la frenada del bondi lo sacó de sus pensamientos. Levantó la cabeza y advirtió que se había pasado justo por una parada.
Se levantó como un resorte y tocó el timbre. Por suerte, el colectivo estaba detenido por el semáforo y, a pesar de estar a más de 20 metros del lugar reglamentario para parar, el chofer se apiado, soltó el silbido de aire y las puertas se plegaron.
Al bajar, miró el reloj. Quedaba un minuto para las 7 y si llegaba tarde una vez más, perdía el presentismo.
Corrió desaforadamente las dos cuadras que lo separaban de la fábrica y, mientras la transpiración caía como catarata desde su cabeza, pasando por los pliegues de la frente hasta llegar a los ojos y hacer que tuviera que pestañear mecánicamente sin poder detenerse. Al mismo tiempo, sentía como el corazón pugnaba por salirse del pecho, los muslos parecían desgarrarse y los pulmones ardían. Mientras todo eso pasaba por su cuerpo, quedó un espacio para la última reflexión. Para un último atisbo de claridad.
Se lo guardó para más tarde y mIentras todos almorzaban, él en el baño, sentado en uno de los inodoros, con las dos manos tomándose la cabeza y recordando lo mal que lo pasó con la carrera de la mañana, se dio cuenta de dónde estaba el problema: La familia y los amigos.
Al sonar de la sirena, volvió a su puesto pensando en decirle a Raquel que hoy haga ravioles para invitar a Sergio y a Nora.
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