Emma tiene sesenta y seis años, mide un metro sesenta y seis y pesa ciento sesenta y seis kilos. Emma es obesa.
Emma vive a una cuadra de donde yo vivo. Es decir, saliendo de mi edificio, caminás una cuadra hacia la izquierda y a mitad de la calle que sigue a la mía llegás a una propiedad bastante particular.
Una puerta doble hoja, que supo ser blanca en mejores épocas y una ventana con una reja y detrás de ella una pared de ladrillos mal terminada. El resto del frente está grafiteado como gran parte del paisaje del barrio.
Emma vive en esa casa desde que nació. Literalmente la madre dió a luz en el cuarto del fondo, que hoy guarda cachivaches.
Es la tercera de cuatro hermanos, aunque ahora es la única habitante en ese domicilio.
Los dos mayores fallecieron y el más chico que tiene cuarenta y uno vive en Suecia desde hace más de veinte años.
Emma no tiene parientes que la visiten, y en un punto lo prefiere. No necesita que nadie le diga qué hacer.
Vive de una pensión por invalidez que cobra en el banco de la avenida, para lo cual no hace la fila porque los días de pago, Hector, el señor de seguridad la deja entrar primero antes de que el banco abra, con el argumento de que es su tía.
La pocas veces que la ví en persona fue en el “super chino” de la esquina o caminando en los alrededores. El producto que más le veo llevar son papas, de la verdulería del fondo que no es de los chinos sino de un matrimonio peruano muy simpático.
Si la tengo que describir físicamente puedo decir que más allá de sus formas, me llama la atención un corte similar al de Cristóbal Colón. Lo investigué porque me pareció que debía tener un nombre y efectivamente lo tiene. El corte se denomina Bob y en su versión original se trata de un estilo de media melena corta, donde la longitud de los laterales se encuentra por encima del nacimiento del cabello en la zona posterior. Esta particularidad de corte Bob, hace que la nuca se trabaje degradada como si de un cabello corto se tratase. Y a esto debemos sumarle una tintura de un caoba claro, que denuncia dos cosas: Una es que Emma se tiñe sola y otra es que no llega a la parte de atrás de su cabeza que tiene amplias extensiones grisáceas.
La ropa es la misma siempre. Remera negra con la imágen de Madonna que emula a la famosa Marilyn de Andy Warhol, calzas grises y ojotas blancas, a lo que agrega en invierno una campera de entrenamiento de Platense que le regaló su vecino.
La casa está abandonada por fuera, pero también por dentro. Las habitaciones que eran seis, están todas clausuradas salvo una que es en la que habita Emma, que tampoco está en el mejor de los estados.
Allí también tiene la cocina que se la hizo llevar otro de sus vecinos, como para tener todo a mano.
Su padre fue el último en pintar la casa antes de morir hace más de quince años. Su mamá lo siguió dos años después.
Una sola persona más entra a la casa una vez por semana. Una enfermera que la baña en la cama.
Todos los meses asiste al consultorio del doctor Ignacio Alzamendi que pertenece a la cartilla de Pami y le receta los medicamentos que necesita para subsistir. Emma es insulino dependiente, además de tomar remedios para la hipertensión, el colesterol y una varice en la pierna derecha que la tiene a mal traer y que provocó una internación de un par de semanas el año pasado.
Lo que más le costó fue aprender a inyectarse la insulina. Luego de un tiempo Alzamendi consiguió que le dieran un glucómetro continuo que tiene un sensor implantado que puede detectar los niveles de glucosa en la sangre durante un máximo de tres meses y que luego debe cambiar, merced a la gestión del facultativo. Un transmisor que lleva en su cuerpo envía información sobre la glucosa en la sangre y administra las cantidades de equilibrio.
Su comida favorita es la sopa, aunque ahora no puede ponerle sal por la presión, pero de todos modos sigue tomando su plato dos veces al día como entrada. El plato principal casi siempre es pastas. A Emma le encantan los moños aunque ahora no puede comerlos con queso.
Emma escucha radio AM casi todo el día, a un volumen que algún vecino desprevenido podría calificar de alto, pero al que la mayoría ya está acostumbrado.
Tiene un hobbie, que es lo único que mantuvo desde que tiene memoria. Su escapada al mundo de la “normalidad”, su afición que heredó de su madre. Compra un dulce de leche distinto todas las semanas, en diferentes negocios del barrio. Si bien está aceptado repetir trata de variar de marca y estilos. La única consigna es que sea un envase de plástico que viene con la tapa de papel metálico. Emma destapa con cuidado especial el pote, retira la tapa a la que luego somete a un proceso de “planchado” con un tenedor y que pega de forma cuidadosa en un álbum. Emma tiene más de cien álbumes a lo largo de los últimos cincuenta dos años.
Tuvo dos ofertas para comprar su casa y construir sobre el terreno. Ambas las rechazó sin pensar. Es una tranquilidad saber que va a morir en el mismo lugar donde nació.
Seguramente luego de ello deberán llamar a su hermano de Suecia, el que hará un viaje relámpago, naturalmente solo aunque tiene esposa y dos hijos mayores..
Seguramente no habrá velatorio y será cremada tal cual la tradición familiar. Luego, al día siguiente de los trámites del cuerpo, firmará los papeles que finalmente planten allí un edificio con amenities.
Cuarenta y ocho horas después, aproximadamente, estará de vuelta en Visby que es la mayor ciudad en la isla sueca de Gotland así como capital de la provincia del mismo nombre. Es una de las ciudades medievales mejor preservadas de Escandinavia, por lo que fue declarada en 1995 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
Todo esto, nobleza obliga, me lo contó un vecino con el cual compartimos el paseo de mi perra y la suya cuando vuelvo de la oficina. No sé su nombre.