Sala de espera

Se quedó colgado viendo un quiebre en un azulejo de una de las paredes del pasillo de la guardia.

Estaba sentado desde hacia bastante tiempo con las piernas cruzadas y lo notó cuando al bajar la derecha que tenía sobre la izquierda estaba entumecida.

Primero pensó en incorporarse para ver si el movimiento del cuerpo activaba la sangre del miembro inferior, pero miró a su alrededor y no se animó.

La guardia está bastante raleada por ser esta hora, pensó, pero de todos modos no se  incorporó de su silla.

Llevaba pantalones de jean y decidió con sumo sigilo levantar la botamangas pensando en bajarse el elástico de la media a ver si eso aceleraba su torrente sanguíneo en dirección al pie.

Es cierto que también supuso que si se levantaba probablemente no pudiera mantener la vertical con su pié izquierdo que no era su lado más hábil. 

La sola idea de irse hacia adelante sobre la hilera de sillas de enfrente, donde una señora muy mayor esperaba su turno, lo sonrojó fuertemente.

Al bajar la cabeza para intentar realizar la operación de la media, notó por primera vez el manchón de sangre que llevaba en la rodilla producto seguramente de haber sostenido entre sus piernas la cabeza de Joaquín.

Ahora con la media totalmente floja sintió como con un leve cosquilleo la pierna volvía a su normalidad.

Esta vez sí decidió tomar el riesgo de incorporarse y lo hizo dando un pisotón fuerte para terminar de despertar de la modorra a su pierna.

Ya incorporado optó por ir hasta la máquina de gaseosas que estaba al fondo del pasillo para tomar una coca.

En el trayecto se preguntó si la máquina aceptaría billetes o tendría que comprar una ficha en algún sector del nosocomio.

Estuvo tentado de preguntarle al señor de seguridad que estaba sentado en un taburete cerca de la expendedora pero se arrepintió al advertir que estaba cabeceando una pequeña siesta.

Al quedar frente a la máquina observó que aceptaba billetes y se sintió aliviado por no tener que dar vueltas ni hablar con nadie.

Espero que esté fría, fue su siguiente pensamiento, antes de introducir la mano en su bolsillo izquierdo donde tenía el efectivo.

En el roce con la tela sintió algo húmedo y al observarse advirtió que tenia todo el frente de esa pierna con una linea vertical de color amarronado que le llegaba hasta la rodilla.  Y lo mismo ocurría con la parte de atrás de esa pierna.

¿Barro tal vez? pensó y se le vino a la cabeza la canción del flaco Spinetta.  Cuando empezaba a tararear para sus adentros lo interrumpió el estruendo de la lata al golpear contra la parte inferior de la máquina lo que le anunciaba que ya podía retirar su bebida.

Al tirar de la traba para abrirla la “orejita” se quebró y no pudo destaparla.  Puta madre!, se dijo, mientras miraba la parte superior del envase.

Se dirigió nuevamente hacia el otro lado del salón donde estaba la sala de espera y recordó que al cruzar en dirección contraria, sobre la mano izquierda, ahora derecha, estaban los baños.

Supuso que encerrado allí en la tranquilidad de algún cubículo encontraría la manera de abrir la lata.

Al llegar al centro del otro pasillo donde estaban los sanitarios se topó con uno de esos carteles de dos hojas de color amarillo que tienen un letrero que versa “Precaución: piso húmedo”.

Sin darle mayor importancia ingresó al interior donde efectivamente el piso estaba húmedo aunque no resbaloso y apoyó su bebida en el mármol del lavatorio.

De frente a un espejo se reconoció, despeinado y ojeroso y pudo advertir un rayón sobre la ceja derecha.

Levantó el arco superciliar para experimentar que al hacer ese movimiento la herida ardía.

Abrió una de las canillas y se lavó la cara donde también se percató que pese a no tener marca alguna, le dolía el pómulo.

Finalmente con la llave de su casa pudo perforar la chapita hundiéndola hacia el interior de la lata.  Bebió con la velocidad que la sed que traía le demandaba y la acabó rápidamente.

Buscó a su alrededor sin fortuna un cesto de basura por lo que entró a uno de los boxes que tienen los inodoros dentro.

Instintivamente cerró la puerta tras de sí y corrió el pasador que la cerraba por dentro.

Arrojó la lata al tacho de los desperdicios, levantó la tabla, bajó el cierre relámpago y orinó.  Allí se dió cuenta que llevaba ganas de hacerlo desde hacía rato.

Apretó el botón en la mochila del inodoro y una ruidosa descarga de agua higienizo la taza.

Bajó ahora ambas tapas y se sentó sobre el artefacto de baño.  Al apoyar la cabeza contra la pared de azulejos, sintió un tremendo dolor en la parte trasera por encima de la nuca.  Se tocó el pelo y al mirarse la palma de la mano la encontró manchada con sangre.

Salió del box y volvió a acercarse a la pileta para repetir en la cabeza la operación que hace menos de diez minutos había hecho en su cara.

Se pasó varias toallas de papel con el cuidado que la lastimadura requería.

Apoyando las manos en el mármol volvió a mirarse al espejo y trató de revisar en su cabeza qué carajo había pasado.

Se concentró todo lo que pudo y lo primero que recordó fue un tremendo sacudón y la caída de la moto de Joaquín.

Sin dejar de mirarse en el espejo reconstruyó toda la escena.  Salieron del boliche, después de una noche bastante aburrida donde solo se habían dedicado a tomar cerveza y escuchar música.

Joaquín se había acercado a algunas chicas, sin éxito por cierto, y él no tuvo voluntad de levantarse de la butaca de la barra.  Ahora que lo pensaba había quedado cansadísimo de los dos partidos de la tarde en el club.

Si bien parecía que no, jugar dobles te cansaba tanto como jugar singles.

En un momento en que la cosa no daba para más le dijo a su amigo que se iba a su casa.

Esperá que te llevo le dijo Joaquín.  No te preocupes, me tomo el bondi, contestó él a media lengua.  Pará boludo, dame cinco que voy a echar un meo y nos vamos.

Luego todo sobrevino en su cabeza como un flash.  El par de patadas para que la moto de Joaquín arranque, la salida veloz haciendo sapito entre el cordón y el asfalto de la calle, el cruce de la avenida, las luces que los encandilaron de frente y el olor a pasto. El pasto al derrapar sobre la placita.

Un golpe de la puerta de otro de los boxes lo trajo de vuelta al baño del sanatorio.

Salió detrás de aquella mochila roja marca adidas que cargaba el hombre que se retiró primero.

Al volver a la sala de espera de la guardia encontró llorando desconsoladamente a los padres de Joaco.

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