La película Un dolor real, dirigida y protagonizada por Jesse Eisenberg, parte de una premisa íntima: la muerte de una abuela que abre una herida, no sólo familiar, sino histórica y existencial. Dos primos, uno con una vida organizada y previsible, el otro errante y emocionalmente inestable, emprenden un viaje a Polonia para reconectar con su historia, con ese pasado judío europeo que ha sido transmitido más como eco que como relato. Pero lo que encuentran, y lo que nosotros como espectadores experimentamos, va mucho más allá de una travesía genealógica.
Eisenberg logra una película delicada, punzante, profundamente humana. Con una narrativa que parece flotar entre lo cómico y lo trágico, Un dolor real no se centra en los horrores del Holocausto en forma explícita, sino en cómo ese dolor reverbera en las generaciones posteriores, en especial en una como la nuestra, marcada por la ansiedad, el desgano y una angustia muchas veces sin nombre.
En la superficie, los protagonistas buscan respuestas. Quieren entender quién fue realmente su abuela, qué quedó enterrado en aquel pueblo de Europa del Este y por qué hay tanto que no se dijo. Pero en el fondo, lo que hacen es intentar darle forma al vacío emocional que les precede.
Y es ahí donde la película se vuelve espejo de nuestro tiempo: lo que para ellos es un dolor heredado, para nosotros es un dolor compartido. Porque la película, que en estos días puede verse en Disney+ plantea, sin subrayarlo, que la depresión contemporánea no siempre nace de una causa personal inmediata. Muchas veces, como una bruma que no se disipa, es la consecuencia de generaciones enteras que sobrevivieron pero no pudieron contar. Que callaron para proteger. Que vivieron sin procesar.
La diferencia entre sobrevivir y sanar
La película pone en tensión dos formas de habitar el trauma. Por un lado, la generación de la abuela, que sufrió el horror real, concreto, extremo, y que eligió —como tantas otras— el silencio y la reconstrucción. Por otro lado, estos nietos que, sin haber pasado por el fuego, llevan las cenizas en los bolsillos.
Ese contraste es brutal y necesario. Porque nos permite preguntarnos si algo del entramado emocional actual no está relacionado con esa incapacidad de darle sentido al sufrimiento propio cuando lo comparamos con el ajeno. ¿Cómo llorar por la incomodidad existencial de una vida sin rumbo si nuestros abuelos sobrevivieron a campos de concentración, exilios o dictaduras?
Y sin embargo, lo que Un dolor real transmite con sabiduría es que el dolor no se mide por magnitud histórica, sino por intensidad vivida. Que es legítimo el desconcierto emocional del presente, pero que también es valioso recuperar la capacidad de resiliencia de quienes, desde el trauma más atroz, pudieron rehacer su mundo.
La película no da lecciones. No hay moraleja, ni mensaje de superación forzado. Hay, en cambio, un tono melancólico, una sensación de estar desfasados respecto a nuestro pasado, pero también a nosotros mismos. Es el tono de toda una generación que, aunque hiperconectada, se siente emocionalmente sola. Que tiene todas las palabras, pero a veces ninguna dirección.
Un dolor real nos habla de esa melancolía flotante, del sinsentido que a veces se esconde detrás del sarcasmo o la apatía. Pero también sugiere, con mucha sutileza, que revisitar nuestras raíces —personales, familiares, históricas— puede ser una forma de reconstruir el presente. No para vivir en el pasado, sino para entender de dónde venimos, qué nos falta, qué nos duele.
En tiempos donde hablar de salud mental ya no es tabú, pero muchas veces se banaliza, la película de Eisenberg ofrece algo distinto: una experiencia emocional honesta, donde el dolor no está estetizado ni romantizado, sino presentado como lo que es: parte de la vida. Como la memoria. Como la ausencia. Como el amor que no supimos nombrar a tiempo.
Es, en definitiva, una película sobre la herencia emocional. Sobre cómo el dolor se transmite, pero también cómo puede ser resignificado. Y sobre cómo, incluso en medio de la confusión o la tristeza, aún hay espacio para conectar, comprender y —quizás— sanar.
Título original: A Real Pain
Año: 2024
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jesse Eisenberg
Guión: Jesse Eisenberg
Reparto: Jesse Eisenberg, Kieran Culkin, Will Sharpe, Jennifer Grey
Fotografía: Michal Dymek
Compañías: Coproducción Estados Unidos-Polonia; First Look, Extreme Emotions, Fruit Tree. Distribuidora: 20th Century Studios
Género: Drama. Comedia | Comedia dramática. Road Movie. Familia. Holocausto. Cine independiente USA