Hay tantos y tan pocos

Hay muchas personas buenas, pero muchas más que disfrutan de la maldad como si se tratara de un derecho natural. La bondad aparece en gestos pequeños, casi invisibles, como quien recoge una bolsa caída en la vereda y la devuelve con una sonrisa. La maldad, en cambio, es ruidosa, busca escenario, se infla en el abuso de poder, en la trampa escondida, en la humillación gratuita.

Hay muchas personas lindas, pero muchas más que exhiben en sus rostros la fatiga de la envidia y el gesto torcido de la indiferencia. La belleza suele ser silenciosa, se abre en un detalle inesperado, en un destello de frescura en medio de la rutina. La fealdad, en cambio, no siempre es cuestión de rasgos, sino de mirada: ojos que no ven al otro, bocas que solo saben juzgar, pieles endurecidas por la costumbre de despreciar.

Hay muchas personas generosas, pero muchas más que miden hasta la última moneda y se aseguran de que nada salga de sus manos sin que vuelva multiplicado. La generosidad aparece sin cálculo, en la invitación inesperada, en la palabra de aliento que no cuesta nada. La avaricia, en cambio, hace cuentas eternas, transforma todo vínculo en un contrato secreto y convierte al otro en deudor antes de que abra la boca.

Hay muchos seres apasionados, capaces de levantarse con un brillo en los ojos y transformar la jornada en aventura, pero más los que se arrastran de hora en hora como si cada día fuera una condena repetida. La pasión mueve cuerpos y palabras, los enciende. La apatía apaga todo, convierte la vida en trámite, en una fila sin destino, en un reloj que marca siempre lo mismo.

Hay quienes respetan el turno en la fila, sosteniendo la paciencia como una forma de dignidad, pero más los que se cuelan con destreza, convencidos de que ganan tiempo cuando lo único que pierden es respeto. Hay quienes agradecen con una palabra sencilla, pero más los que creen que todo les corresponde y jamás se detienen a reconocer la mano que les ayudó. Hay quienes esperan el semáforo en rojo aun cuando la calle está vacía, pero más los que cruzan igual, convencidos de que la norma siempre es para los otros.

Hay quienes ceden el asiento en el colectivo y sonríen al ver a alguien descansar, pero más los que fingen dormir o con el celular en la mano, practican la indiferencia como un arte. Hay quienes levantan la vista para saludar al vecino, pero más los que bajan los ojos, como si la cortesía fuera un gasto innecesario. Hay quienes se detienen cuando alguien tropieza, pero más los que aceleran el paso para no contaminarse de la caída.

Hay quienes comparten lo que saben, pero más los que esconden la información como si la verdad fuera propiedad privada. Hay quienes escuchan en silencio, atentos a la voz ajena, pero más los que interrumpen apenas aparece una pausa, incapaces de aceptar que alguien tenga algo para decir. Hay quienes celebran la fortuna de un amigo, pero más los que esconden envidia detrás de una sonrisa impostada.

Hay quienes devuelven lo que no les pertenece, pero más los que lo hacen propio en un segundo de descuido. Hay quienes trabajan con orgullo, pero más los que cumplen por inercia, mirando el reloj como si la vida empezara recién al salir de la oficina. Hay quienes reconocen sus errores, pero más los que fabrican excusas con la habilidad de un relojero.

Hay quienes sueñan un mundo distinto, pero más los que se resignan y dicen que todo es igual, que nada cambia, que la historia es un círculo condenado a repetirse. Hay quienes encuentran belleza en lo pequeño, pero más los que solo ven grietas, manchas y defectos. Hay quienes leen para crecer, pero más los que prefieren la comodidad de la ignorancia, porque saber implica hacerse cargo.

Hay quienes defienden al débil aunque no les convenga, pero más los que se arrodillan frente al fuerte buscando protección. Hay quienes sacrifican algo por el bien común, pero más los que piensan solo en sí mismos, incapaces de imaginar una trama colectiva. Hay quienes se conmueven con la injusticia, pero más los que miran para otro lado y dicen que no es su problema.

Hay quienes dan sin esperar, pero más los que esperan recibir sin haber dado nunca nada. Hay quienes guardan silencio para no herir, pero más los que lanzan insultos como si fueran piedras baratas. Hay quienes creen que cada encuentro es una oportunidad de tender un puente, pero más los que dinamitan las tablas apenas sienten que alguien se acerca demasiado.

Hay quienes construyen con paciencia, pero más los que destruyen por aburrimiento, por rencor o simplemente por indiferencia. Hay quienes sostienen una promesa hasta el final, pero más los que la traicionan al primer obstáculo. Hay quienes aman sin medida, pero más los que desprecian sin razón.

Hay quienes se emocionan con la música, con un poema, con un cuadro en una vidriera, pero más los que se mueven por el mundo con los sentidos cerrados, incapaces de dejarse atravesar por lo que no tiene precio. Hay quienes todavía creen en la palabra dada, pero más los que la desvalorizan como si fuera un papel mojado. Hay quienes viven atentos a lo sagrado de lo cotidiano, pero más los que consumen los días como si fueran descartables.

Hay quienes se detienen a contemplar la lluvia, pero más los que se quejan porque les moja los zapatos. Hay quienes ven en el cielo un espacio para soñar, pero más los que solo buscan nubes que justifiquen su pesimismo. Hay quienes entienden que la vida es breve y que cada instante es un regalo, pero más los que actúan como si fueran eternos y nada tuviera valor.

Hay quienes recuerdan con ternura, pero más los que acumulan rencores. Hay quienes perdonan de verdad, pero más los que fingen olvidar y guardan la herida como arma futura. Hay quienes se comprometen con causas que no los tocan, pero más los que no mueven un dedo si no hay beneficio inmediato.

Hay quienes sostienen el hilo de la esperanza, pero más los que lo cortan antes de probar su resistencia. Hay quienes creen en la fuerza de una comunidad, pero más los que repiten que cada uno se salva solo. Hay quienes se entregan al trabajo invisible, pero más los que solo hacen lo que brilla y se aplaude.

Hay quienes guardan respeto por los ancianos, pero más los que los tratan como estorbo. Hay quienes escuchan a los niños con atención, pero más los que los callan porque creen que su voz no vale. Hay quienes protegen a los animales, pero más los que los maltratan sin remordimiento.

Hay quienes cuidan la tierra como un bien común, pero más los que la saquean para hoy y la dejan vacía para mañana. Hay quienes miran la luna y sienten misterio, pero más los que ni siquiera alzan la vista. Hay quienes entienden el poder de un abrazo, pero más los que rehúyen el contacto como si la ternura los debilitara.

Hay quienes enfrentan la adversidad con coraje, pero más los que se rinden al primer golpe. Hay quienes encuentran sentido en el silencio, pero más los que lo llenan de ruido porque temen lo que podría revelarles.

Hay quienes saben que la vida no se repite, pero más los que la malgastan como si hubiera repuestos en la góndola de un supermercado. Hay quienes viven de pie, pero más los que prefieren la comodidad de la rodilla en tierra.

Y al final, cuando se hace la cuenta, cuando se repasan los contrastes y las proporciones, cuando se suman las luces y las sombras, queda la verdad más amarga de todas: hay quienes mueren con dignidad, pero más los que viven arrodillados.

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