Un día de la madre

El tercer whisky del día y todavía no habían dado las 12.

Hundió su cara en el agua tibia y, al incorporarse para secarse y mirarse al espejo, advirtió que se había hecho un corte a milímetros de la nuez de Adán. 

Cortó un pedazo de papel higiénico e hizo presión con dos dedos para detener la hemorragia.

Salió del baño luego de terminar de perfumarse y se dirigió hacia el vestidor.

Día de la madre pensó. ¿Qué se iba a celebrar?

Hacía 31 años que estaba casado con Delia. Tenían 3 hijos, un buen pasar, una casa, dos autos, un perro y nada más en el horizonte. Nada más.

Pero sentía un fastidio que no podía explicar. ¿O sí?

-¡Marcos, andá bajando que en cualquier momento está la comida! -le advirtió Delia desde abajo.

Se colocó los pantalones azules, abotonó la camisa blanca y le dio otro sorbo a su vaso.

Al fin y al cabo todo lo que esa familia había conseguido se lo debían a él.

¿Y ella qué hizo? Siempre observando, a la sombra y sin decir nada.  No sabía porqué, pero eso lo sacaba de las casillas.

Fue por esto que, más de una vez, se fue de su casa y no volvió por un par de días.

¿Y qué? Me lo deben. ¡Todos! Nadie tiene por qué decirme nada.

Me pedía explicaciones cuando volvía, pensó. Y más de una vez tuvo que ponerse un poco violento para que la cosa se entienda.

-¡Marcos, querido! Ya llegaron Juan y Sandra, y tus nietos.

¡Todos flojos! Juan, el eterno estudiante. ¡Huevón! Y Sandra, tan nada como su madre.

Día de la madre pensó. ¿Qué se iba a celebrar?

Abrió la cigarrera grabada con sus iniciales que Delia le había obsequiado en las bodas de plata y encendió el cuarto cigarro del día.

Cuánta responsabilidad cargué en estos años, reflexionó mientras se ponía las medias, sentado en la cabecera de su cama. Cama que ya no compartían. ¿Para qué no?

-Marcos, ¿te podés apurar? -la voz de Delia se escuchaba cada vez más fastidiada.

Una nueva pitada y las cenizas al piso. Como siempre. Como debe ser.

Día de la madre pensó.  ¿Qué se iba a celebrar?

Se ajustó los cordones de los zapatos y se incorporó con alguna dificultad, lo que le recordó noches atrás, cuando llegó un poco pasado de rosca y se llevó puesto con la rodilla el sillón del living.

¡Putaaaa madrrrre!, se volvió a enfurecer como si el tiempo fuera para atrás y hubiera experimentado la misma sensación. Y en la mecedora de enfrente, Delia tejiendo y viendo tele. Como siempre… la nada misma.

-Marcos, llegaron Miguel y Clarita.

Ese le salió bastante bien suspiró. ¡Putañero como el padre! Pero con la debilidad por el juego. ¡Pelotudo! Y Clarita, por Dios. ¡Qué imbécil! Solamente lista para hacer pibes.

¡Todos viviendo de mi billetera, carajo! Sentía que un fuego sordo subía por la garganta. Pero, a la larga, él siempre sabía ajustarlos a todos.

Día de la madre pensó. ¿Qué se iba a celebrar?

Abrió la puerta y se dispuso a salir del cuarto. Bajó dos escalones y miró hacia la mesa del comedor que estaba vacía con el ambiente en completo silencio.

¿Pero cómo es esto? ¡Me apuran y resulta que no hicieron nada! ¡Cuánta ineficacia! ¡Qué familia de mierda, Marcos!

Quizás tenía razón. Quizás era momento de hacer un cambio, un giro, como alguna vez pensó en cambiar el empapelado blanco de la escalera.

Ahora, manchado de sangre. Sangre que también salpicó el cuadro del falcón cuyo vidrio estallado no permitía divisar, al fondo, la casa de Chapadmalal. Y la camisa blanca, y el pantalón azul y los zapatos café. Todo.

Apoyó la mano en la baranda, pero el peso de su propio cuerpo lo impulsó hacia abajo. Aterrizó en el descanso con el vaso de whisky hecho añicos.

Y de rojo pasó a blanco y todo se nubló definitivamente. Con el último aliento, pensó que algo se había quebrado definitivamente. El odio devolvió espuma amarga a su boca.

Al pie de la escalera, Delia con su mejor vestido y la escopeta de caza miraba la escena con una sonrisa permanente.

¿Qué se celebraba? Ah, el día de la madre, pensó.

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