Un hombre diferente: La ilusión del yo, el trauma de la belleza y el rostro como cárcel

Hay películas que nos invitan a mirar. Otras, más escasas, nos obligan a mirarnos. Un hombre diferente, de estreno reciente en la plataforma Mubi la última propuesta de Aaron Schimberg, no sólo entra en esta segunda categoría, sino que nos deja con la inquietante sensación de que no saldremos indemnes del encuentro con nuestra propia imagen. 

Protagonizada por un notable Sebastian Stan, el film es, al mismo tiempo, una sátira corrosiva, un drama identitario y una reflexión incómoda sobre el cuerpo como escenario de batalla entre el deseo y la vergüenza.

La premisa podría prestarse al melodrama o al relato inspirador. Edward, un hombre con neurofibromatosis —una enfermedad genética que provoca tumores visibles en el rostro y otras zonas del cuerpo—, atraviesa la vida como una sombra. Los demás no lo ven; lo miran. Vive al margen, con el peso de ser percibido no como un sujeto, sino como una anomalía. Sin embargo, una cirugía experimental le ofrece una posibilidad que hasta entonces era sólo fantasía: cambiar por completo su apariencia. Borrar la marca del sufrimiento. Nacer de nuevo.

Y así, Edward se convierte en Guy. Un hombre distinto. Literalmente, otro. El rostro renovado le abre puertas, afectos, promesas. Pero pronto se revela lo que Schimberg ha dejado sembrado desde el inicio: la cirugía no reemplaza una identidad, sólo la disfraza. La transformación estética no alcanza para sanar las fisuras profundas de la subjetividad. Y lo que parecía un acto de liberación se convierte, poco a poco, en un exilio de sí mismo.

Máscaras que no cubren

Aaron Schimberg ya había explorado la representación de la diferencia física en Chained for Life (2018), donde también trabajó con Adam Pearson, actor y activista con neurofibromatosis, que aquí interpreta a Oswald, un actor que comienza a interpretar al “antiguo” Edward en una película basada en su historia. Este giro narrativo, introduce un plano metaficcional que potencia el conflicto: Guy, ya en su nueva vida, presencia cómo su “vieja versión” es encarnada con autenticidad, con verdad, por alguien que no ha intentado borrar su rostro.

Lo que podría parecer un detalle argumental se convierte en el corazón filosófico de la película: ¿qué significa apropiarse de una historia personal cuando uno ha renunciado a la propia imagen? ¿Qué pasa cuando otro, sin haber cambiado, vive mejor con tu dolor que vos mismo?

En este espejo invertido, Guy no encuentra consuelo, sino amenaza. El nuevo él comienza a vaciarse de sentido. La idea de la identidad como construcción social y narrativa queda expuesta en toda su fragilidad. La cirugía no eliminó la vergüenza ni el trauma, sólo los desvió hacia otro lugar más oscuro: la alienación de sí mismo.

Aunque en algunos tramos se aproxima al absurdo y a la comedia negra, Un hombre diferente jamás cae en el humor fácil o en el escarnio. La sátira está dirigida al sistema —a la industria audiovisual, al culto a la imagen, a la lógica del éxito— y no a los personajes. La película incomoda no por lo que muestra, sino por cómo nos interpela como espectadores. ¿Qué tipo de rostros consumimos? ¿Qué historias consideramos “dignas” de contar? ¿Por qué preferimos la ficción higienizada del sufrimiento antes que el testimonio real?

En una escena particularmente reveladora, Guy presencia una función de teatro donde Oswald representa su vida anterior. La obra emociona, conmueve al público, arranca aplausos. Pero Guy no siente orgullo ni reconocimiento. Siente exclusión. Porque el personaje que era suyo ya no le pertenece. Porque el rostro con el que nació —y que le causaba dolor— ahora es símbolo de autenticidad. Como si al renunciar a su diferencia hubiera también renunciado a su humanidad.

Sebastian Stan ofrece, probablemente, la interpretación más arriesgada y madura de su carrera. La elección no es caprichosa: el actor, conocido por su atractivo físico y sus papeles en el universo Marvel, asume aquí un papel profundamente antagónico a la lógica hollywoodense. Primero, encarnando a un hombre con un rostro desfigurado (gracias a un maquillaje realista y lejos del efectismo), y luego, representando a un sujeto atrapado en una apariencia “normal” que no logra habitar.

Lo interesante es que Stan no interpreta a dos personajes distintos, sino a un mismo hombre en conflicto permanente con su reflejo. Su mirada, su lenguaje corporal, sus silencios, todo está trabajado desde la incomodidad, la incompletitud. No hay escena en la que parezca cómodo en su nueva piel. Y ahí radica el verdadero valor de su actuación: no en la transformación física, sino en la imposibilidad de volver a sentirse alguien.

Por su parte, Adam Pearson ofrece una presencia magnética. Su Oswald no busca inspirar lástima ni ser ejemplo de resiliencia. Es un hombre inteligente, sarcástico, dueño de sí mismo. Su mera existencia desmantela la lógica redentora del relato convencional: no hay necesidad de cambiar para ser aceptado. Hay que cambiar el lente con el que se mira.

Más allá de sus personajes, Un hombre diferente también funciona como una crítica feroz a la representación de la discapacidad en el cine. La industria audiovisual ha utilizado históricamente los cuerpos diferentes como símbolos: del dolor, del sacrificio, de la superación. Esta película, en cambio, propone una narrativa desprovista de consuelo. No hay moraleja, no hay redención, no hay lección. Hay una verdad brutal: el deseo de ser amado no siempre es compatible con el deseo de ser uno mismo.

La dirección de Schimberg evita todo subrayado emocional. La puesta en escena es contenida, austera, pero cargada de tensión. La cámara acompaña sin invadir, pero nunca es neutral. Las composiciones, los colores, los encuadres hablan de un mundo frío, aséptico, que no admite imperfecciones. El nuevo Guy vive en un entorno luminoso pero inhóspito. El pasado, en cambio, aunque oscuro, parecía más genuino.

Una película que duele, pero también libera

Un hombre diferente no es una película fácil. Y esa es su virtud. Obliga a repensar no sólo cómo vemos a los demás, sino cómo nos vemos a nosotros mismos. Nos confronta con nuestras ideas más arraigadas sobre la belleza, la identidad y el valor de lo visible. Nos recuerda que muchas veces el cambio externo es una forma de huida, no de evolución. Y que detrás de cada rostro hay una historia, pero también una herida.

En un tiempo saturado de relatos sobre “reinventarse” y “ser la mejor versión de uno mismo”, esta película propone exactamente lo contrario: detenernos, mirar hacia adentro, aceptar que no siempre hay una salida limpia. Que a veces, ser diferente no es el problema. El problema es querer dejar de ser uno mismo para complacer a un mundo que no sabe mirar.

Título original: A Different Man

Año: 2024

Duración: 112 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Aaron Schimberg

Guión: Aaron Schimberg

Reparto: Sebastian Stan, Renate Reinsve, Adam Pearson

Música: Umberto Smerilli

Fotografía: Wyatt Garfield

Compañías: A24, Grand Motel Films, Killer Films

Género: Thriller. Comedia | Comedia negra

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