Historias (Ficción)
Apagó el televisor instantáneamente. Como si el sonido que salía por los parlantes, con el conductor del programa adulando a la entrevistada de turno……
Domingo nublado. Con ese cielo del invierno que sin la ayuda de un reloj uno no termina de saber si es de día o…
El otro lado del mostrador: Mi nombre es Ángel Blanco. Tengo treinta y siete años y, desde hace diez, soy enfermero intensivista.
CAPÍTULO VII: Dio dos o tres pasos hacia atrás, horrorizado y, para su suerte, cuando se dejó caer, fue a dar justo con la…
Aterrizó dando la espalda contra el colchón, desde una altura más que considerable o -al menos- esa era la sensación cada vez que despertaba de una pesadilla, y se sacudió eléctricamente.
Cuando abrió el portón para meter el auto, eran las 8 de la noche. Así se lo hizo saber el reloj digital que tenía frente al tablero. Apenas miró más allá, advirtió que Martín había dejado la bicicleta en un lugar y de una forma que hacía imposible cualquier maniobra para meter el vehículo. Descendió y caminó hacia la bici para arrinconarla debajo de los estantes de las herramientas.
Era una tarde de mayo, de esas que parecen arrancadas al verano. Enrique iba caminando a paso ligero por la vereda del sol y, ahí, se percató de las primeras gotas de sudor en su frente. Bajó algo la marcha sin detenerse, por miedo a no llegar a la estación a tiempo. Sacó de su bolsillo trasero izquierdo un pañuelo de color blanco que llevaba bordadas sus iniciales y se secó la transpiración provocada por el traqueteo con un gesto firme.
Ese día, entré corriendo y cerré la puerta detrás de mí, con la certeza de que Hugo no me había podido ver, ni siquiera oír. Sentí cierto escalofrío cuando, por acción de la correntada, la puerta de entrada se me fue de la mano generando un golpe leve contra el marco, pero que yo sentí como la explosión de un cohete a fin de año.