Los mejores restaurantes, comidas, vinos para intensificar los sentidos

Este 9 de julio, Día de la Independencia, lo celebré de una manera distinta. No hubo banderas flameando ni discursos patrióticos; hubo algo más íntimo, más profundo: un viaje sensorial a través del vino, de la comida y de los elementos que nos constituyen.
La cita fue en Winston Club @winston.club, un encantador local en Recoleta (Guido 1962), donde alguna vez disfruté noches de jazz. Esta vez, el escenario fue distinto, pero la atmósfera igual de vibrante.
Nos recibió el chef Jonás Alba, con un menú pensado para dialogar con los vinos @vinosbarroco, guiados por su creador, el enólogo Roberto Romano. La velada, más que una cena, fue una ceremonia: una experiencia que cruzó sentidos y elementos.
El vino como viaje elemental
Barroco no es una línea de vinos más. Es una búsqueda. Un intento —valiente y poético— de expresar lo que cada región, cada uva y cada persona detrás de su creación pueden comunicar.
Su lema, “Una visión sin límites”, se materializa en una colección que asocia cada vino con uno de los elementos primordiales. Esa noche, cada sorbo tuvo el poder de invocar tierra, fuego, agua, aire y éter.
El menú por pasos fue una sinfonía armónica donde el vino y la comida bailaron al ritmo del terroir y la alquimia.
AIRE – Lo que da inicio

AIRE Blanc
El viaje comenzó etéreo, casi imperceptible, con un milhojas de papa, salsa bagna cauda y una salsa verde herbácea. El vino —fresco, con notas florales y cítricas— fue como una brisa que despierta la nariz, que abre la boca y limpia el alma.
AIRE Blend
Luego, una vuelta de tuerca: panceta braseada, puré de higos y kimchi (el clásico repollo picante que tanto se usa en la cocina nikkei). El vino, un blend blanco más complejo, acompañó con precisión, como si el aire ahora trajera aromas de fermentos, frutos y algo umami que nos sacudía sutilmente.
FUEGO – Lo que transforma
Malbec de zona San Pablo con 18 meses de barrica, a las notas de olfato suma arándanos finos y maduros que lo hacen complejo y de buena fineza. De buen volumen y larga persistencia.
Con él, llegó la morcilla vasca, la salsa demiglace, las peras asadas y un puré de hongos que parecía salido de un cuento invernal. La combinación fue de esas que abrazan el alma y despiertan memorias sensoriales dormidas.
ÉTER – Lo que trasciende
AEther Brut Nature
Y como en todo rito, el cierre fue una elevación. El AEther, espumoso 100% Pinot Noir de la Patagonia, fue pura fineza. Elaborado con método tradicional, con 36 meses sobre lías, ofreció una complejidad que emocionaba.
La torta vasca con frutos rojos y helado de yerba mate fue el broche de oro para esta experiencia. Y ahí, justo ahí, sentí que estábamos brindando no solo por nuestra independencia, sino por todo lo que somos capaces de sentir.
Me quedé con las ganas de probar su blend “Salva Tu Alma” que desde la botella promete muchísimo. Pero como todo lo bueno, se hace esperar…
Más allá del vino

Roberto Romano no solo nos sirvió vino: nos compartió una visión. Nos invitó a ver en cada copa un paisaje, una emoción, un elemento esencial
Me gusta la gente apasionada de lo que hace. Lo veo siempre como un diferencial y tanto Roberto como Jonás lo son. Es que como dijo el texto de alguna película “Se puede cambiar de todo, menos de pasión”.
Más allá de los vinos que vendrán, esta noche entendí que el vino no es sólo bebida: es experiencia, es metáfora, es tierra, fuego, aire, agua y éter.
Y brindar por nuestra historia con los cinco sentidos encendidos, eso sí que es libertad.
