TENGO ALGUNOS PRINCIPIOS Y MUCHOS FINALES

La pausa

Por wpetina

La primera y única vez que cogieron ninguno de los dos terminó conforme, pero se despidieron sin decírselo. 

Cada uno por su lado abrevó en pensamientos diferentes. Tan disímiles como el día y la noche.

¿Hubo una desincronización? La imágen de esas fotos tomadas por una cámara analógica a una velocidad baja de obturación.  Una instantaneidad que movida desdibuja el concepto.

El punto es que todo se dió de modo muy torpe.  Comenzaron a empujarse uno al otro en la plazoleta en la que llevan a pasear a los perros.  Porque Rosario y Blas son paseadores de perros.  O al menos lo eran al momento de escribir estas líneas.

Se conocieron tres meses antes de ayer.  Lo pongo en estos términos precarios porque pienso que en el fondo no cuenta.

Se estaban empujando como dos chicos.  Es que en un punto son dos chicos. Pero esto parecía ser una dinámica de púberes.

Ella tiene diecisiete y está terminando tercer año en el cuarto colegio que visita desde que empezó el secundario. 

Él tiene veintiuno, pero como nació en el interior es bastante inmaduro para su edad.

El caso es que se estaban empujando…¿cómo empezó la cosa…? Ah sí, Rosario lo provocó para que saltara por encima del banco donde estaban sentados.

-Lo ví en una carrera en la tele. Le dijo con una mirada interesada, mientras le daba una última seca a un porro..

-Yo si quiero lo hago.  Dijo Blas, como esos nenes que desafían a su madre.

A ver, el tipo es de Entre Ríos de un pueblito pequeño que se llama San José Feliciano en el límite con Corrientes. 

El hermano menor de siete hijos que tuvo su padre que era de familia de hacheros profesionales y católicos hasta que duele…

-No te animas, jajaja. Le estampó Rosario y le dió otro empujón.

Pienso ahora que el empujón entre personas conduce inevitablemente al sexo, o mejor decir tiene una carga sexual que puede o no dispararse pero que está flotando en el ambiente, siempre.

Como explicaba, Blas fue el hermano menor de la familia con lo cual siempre sufrió el escarnio público y privado de sus hermanos mayores.  Esto lo fortaleció por dentro para dar esas pruebas de coraje a las que ya había sido retado en su infancia.

Se echó hacia atrás algo así como tres metros con respecto al respaldo del banco.

Corrió en esa dirección, está claro, pero sin la convicción que necesitaba la hora.  Resultado: el salto quedó corto y por ende su pie derecho topó con el último tirante del banco y terminó de cabeza, con la cara en un charco, producto vaya a saber uno si del meo de algún perro ó de la lluvia que había caído en esa misma madrugada.

Lo primero que oyó fue la risa estruendosa de Rosario. Tenía esas risas que te contagian aunque no quieras.

Blas se levantó de un salto, con más dolor en su ego que en su mentón.

Se acomodó la remera que casi había perdido y cuando levantó la vista se encontró de frente con la cara de Rosario.

Lo primero en lo que reparó fueron los dos mini bucles negros que colgaban sobre su frente, producto de un mal corte de flequillo.  Un par de centímetros más y la aparición de sus cejas frondosas, y perfectamente parejas.  Debajo, sus ojos negro terciopelo de una profundidad similar a la del horizonte de una noche en la playa. Una nariz prominente con un arito en la fosa derecha que remataba una especie de brillo, producto de un reflejo del sol que asemejaba a los de una publicidad de cocinas que creyó haber visto en su pasado reciente. 

Blas se disponía a repasar con su mirada la boca de Rosario, de labios de color rosa permanente, cuando esta dió un paso al frente y le estampó un beso. 

Si bien fue lo que comúnmente conocemos por “pico”, el contacto con la saliva de ella, provocó su primera reacción.  Sintió como los pelos de sus brazos se erizaron y una especie de campanitas muy difusas comenzaron a sonar en el centro de su nuca a exactísima distancia de un oído que del otro.  -En estereo -pensó inmediatamente.

Lo siguiente fue un beso más profundo.  La lengua de Blas pudo chequear fácilmente que la de Rosario llevaba un piercing en su centro.  En ese mismo momento bajó su mano derecha, que se encontró con la izquierda de ella, que estaba tenuemente transpirada. Rosó esa palma con su dedo índice y los muslos hicieron contacto.

Lo que siguió fue caminar las dos cuadras que separaban la plaza de la pensión, en absoluto silencio.  Como si no necesitaran explicarse hacia dónde y para qué iban.

El corazón de Blas latía fuerte, aunque si alguien hubiese analizado los gestos de ese momento, podría aseverar que la nerviosa era Rosario.

Tres escalones, un pasillo de algunos metros, escaleras arriba al segundo piso y una distancia de 24 pies (los de ella) hasta la puerta de la habitación.

Blas intentó colocar su llave en la cerradura pero ésta cayó al piso, no una, sino dos veces. Una leve sonrisa de  Rosario y se disipó el nubarrón. -La tercera es la vencida – dijo y se le hizo un hoyuelo en la mejilla derecha.

Ya con una erección en ciernes, Blas pensó que algo o alguien debería pausar ese momento. Si existiese una justicia divina, nunca tendría que culminar esta escena.

La foto que rodeaba su espacio era lo que siempre soñó tener y estaba allí a metros de su cama.

Rosario era de una belleza humillante para el resto de los mortales.  Llevaba ya unos meses de haberla visto por primera vez, pero nunca había reparado tanto en esta idea.

Esas pequeñas fracciones de segundo, tan minúsculas como las gotas que expide un atomizador, esa sensación de bienestar infinito que ninguna droga consigue, ese cielo que se sospecha despejado de por vida, bastaron para justificarlo todo.

Los días de angustia de estar lejos de su casa, de su familia, de sus amigos, del club y de tantas otras cosas que lo arraigan a su pueblo.

El esfuerzo para llegar a comprar la moto en cuotas que lo transforme de paseador en delivery.

La inscripción en un par de meses para arrancar la carrera de agronomía con más dudas que certezas.

Nada importaba nada, en ese supremo momento.  Pensó: -¿Esto es el amor?

Su abuela le había hablado de aquella sensación, o al menos eso creía recordar ahora. -Esto es lo que hace que uno pierda la noción del tiempo y la distancia.  Lo que te entrecorta el aire que respiras, por lo que necesitas un suspiro profundo más o menos recurrente.

Siguió pensando en la idea de la pausa, de congelar el estado en el que estaba.

De salir a gritar al mundo que la felicidad podía ser permanente y no pasajera como había oído decir en más de una oportunidad, siempre que pausaramos ese momento que creíamos único e irrepetible. Que pudiéramos tener registro de cada espacio de esa foto, de cada color, de cada gesto.  Pero no funcionaba de ese modo el orden del mundo.

Lo sacó de su análisis el ruido de la llave girando en su mano.  Entraron a la habitación y volvieron a besarse. Una, dos y hasta tres veces.

Ella se sacó la ropa sola en una fracción de segundos.  Tenía la piel blanca, casi transparente. Verla así desnuda era como contemplar una escultura.

El se quitó la remera y se bajó sus pantalones, al tiempo que no podía dejar de mirarla, mientras un vacío se iba apoderando lentamente de su cuerpo.  

Fueron a la cama, él abajo y ella arriba. Que extraordinario momento, sintió en sus poros el paseador entrerriano, al mismo tiempo que lo invadía la sensación de que esto se iba a terminar.

Ella al fin podrá con el secundario y acto seguido tendrá previsto un viaje a Brasil con otra amiga.

Allí conocerá un señor treinta años mayor que ella, dueño de una posada que le ofrecerá un trabajo en un hotel boutique que tiene pensado abrir en España, más precisamente en Sevilla y ella encantada con la idea será su pareja en los siguientes tres años.  Abortará un embarazo y se irá casi escapada a otra parte de Europa.

-Yo en cambio -pensó Blas-, volveré al pueblo recibido no de ingeniero sino de veterinario, a cuidar caballos en una estancia y a vivir en la casa de mi abuela para cuidarla en sus últimos años.

Para él fue el extremo calor que hacía esa tarde de mayo, con el agregado de que ella insistió con dejar la ventana cerrada y que el ventilador de techo de su habitación de la pensión se había roto el último verano.

Para ella más afecta a las cuestiones poéticas, pensó que “en el rompecabezas de la vida, fuimos dos piezas que no encajamos”. 

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