Los azulejos del baño eran color negro. Siempre pensó que era para evitar que se notase la mugre si la limpieza del establecimiento era defectuosa. Pero, a decir verdad, el San Martín de Tours era un colegio de lo más pulcro, cuestión que echaba por la borda su teoría. Es infantil Augusto, ¿no te das cuenta?, pensó para sí.
Por su pésimo sentido de la ubicación, nunca pudo adivinar si la claraboya que estaba en la pared del fondo, de frente a la puerta de entrada de los sanitarios, daba a la calle o al patio del recreo. Y como casi todo lo que le traía dudas lo temía preguntar, la incógnita se mantuvo eternamente. Lo que sí era seguro que el bullicio del recreo se filtraba por las rendijas de ese círculo vidriado.
-¡Salí de ahí cagón! Se escuchó una voz de fuera del cubículo donde Augusto se encontraba, sentado en el inodoro.
-¿Por qué no lo dejas en paz un rato Lucho? dijo desde más atrás otro compañero mientras orinaba en unos de los mingitorios.
-¡Lo voy a dejar en paz cuando se me canten las pelotas! Acá yo digo cuando empiezan y cuando se terminan las cosas. Y si no querés que sea con vos, termina de mear y salí de raje pajarón.
El que hablaba ahora, inconfundible para Augusto era su compañero de curso Luciano Belvedere Muñoz, hijo de Benjamín Belvedere, Brigadier Mayor de la Fuerza Aérea Argentina y miembro prominente en la comisión de padres del colegio.
La historia de los Belvedere Muñoz era algo bastante sonado puertas adentro del colegio. Se decía entre lenguas que la señora Mariquena Muñoz, esposa del Brigadier y a la postre madre de Lucho estaba internada en una clínica psiquiátrica desde hacia varios años. Se comentaba que precisamente al tener a Luciano, único hijo del matrimonio, la señora entró en una profunda depresión posparto.
Vaya a saber porque (de hecho ni él mismo lo sabía) el dato le interesó mucho y ahora recordaba, mientras la puerta no dejaba de estremecerse a causa de los golpes de Belvedere, que ese interés lo había llevado el año anterior a buscar datos en la biblioteca. Allí pudo saber que esta depresión se origina casi siempre tres meses después del parto y que se da en pacientes que sufren o sufrieron de depresión o de trastornos como bipolaridad o ansiedad y que tenían que ser medicados. Lo recordaba como si lo estuviese leyendo en ese momento, merced a su memoria fotográfica, que en más de una oportunidad lo había salvado en un exámen.
-¡Salí te digo! Van a tocar el timbre y vas a tener que abrir la puerta. Vociferaba Luciano mientras con la palma daba golpes al cubículo de manera incesante. – Vení flaco haceme pie que quiero ver si este mogolico se murió ahí adentro. Dale Rogelio ¿qué corno te pasa?
-Nada che, estaba lavándome las manos que se me derritió el chocolate por hacerte el aguante acá adentro. Salí Urquiza, vamos a hablar tranquilos, jaja
El que acompaña la emboscada es Rogelio Sanchez Lacunza y entre los dos lo tenían de punto a Augusto.
En esto estaban cuando se escuchó el timbre que marcaba el final del recreo y la vuelta a las aulas.
-Te dije que iba a sonar el timbre, ¡puta!, pero a la salida no se me escapa.
-¿No oyeron el timbre ustedes dos? Irrumpió el padre Benancio, jefe de celadores del Colegio.
-Sí padre, ya íbamos. Contestaron a dúo los dos compañeros. Pasa que estábamos asistiendo a Urquiza que se sentía mal.
-¿Y dónde está? replicó el padre.
-Dentro de ese. Señaló Luciano a la puerta del cubículo.
-Vayan para su curso que yo me quedo a ver que tiene.
-Sí padre. Asintieron con desgano como quien sabe que perdió una batalla, pero presintiendo que habría revancha.
-Augusto hijo, ¿qué te pasa? Sal de ahí inmediatamente.
Se oyó el ruido del pasador que se corría y el chirrido de la puerta al abrirse. Del otro lado Augusto observaba la figura del padre Benancio como quien ve un fantasma.
-Sal de ahí hijo mío no tengas miedo. Dijo el cura extendiendo la mano derecha al adolescente, quien seguía mirándolo aterrado. El celador continuó el movimiento ahora hacia el cuello de Augusto y tomándolo de él lo acercó hasta su cuerpo quedando frente a frente.
-Vamos a mi despacho y me explicás bien qué pasó acá.