-Los resultados no son lo que esperábamos, Augusto.

Augusto Urquiza no emitió sonido.  Su cabeza escuchaba las palabras del Dr. Fontana como un eco lejano.  Más bien, estaba sumergido en el rechinido que hacía la silla del facultativo, entrado en carnes -por cierto-, al irse atrás y adelante con un leve bamboleo. 

-El tumor creció de tamaño desde la anterior resonancia, con lo cual vamos a tener que iniciar el tratamiento con quimioterapia.  Es indispensable que comience con esto y una batería de medicamentos que debe empezar a tomar cuanto antes.

-Entiendo doctor. -Es todo lo que su pesada lengua pudo mascullar.

-Estimo que la categoría de obra social que le provee el estudio no va a cubrir este tipo de tratamientos, por lo que le voy a anotar en esta receta el nombre de un colega y amigo de la Clínica Modelo La Esperanza. Dígale al doctor Carreras que va de parte mía. Espero que en la Clínica puedan recibir su caso de forma gratuita.

Saludó al doctor que le estrechó una mano entre húmeda y fría, y advirtió, al cerrar la puerta del consultorio, que hacía el mismo ruido que la silla de Fontana.

Al salir a la vereda, un sopapo de viento gélido le recordó la fecha: 15 de junio.

Hacía dos meses y medio de la discusión que terminó con la huída de Dora después de ocho años de un desabrido enlace.

-Sos un pobre tipo, Urquiza. Ni siquiera te tomes el trabajo de acompañarme abajo, puedo sola.

Se metió en la pizzería de la esquina del sanatorio, se sentó en la mesa que estaba en la ventana y pidió un café con leche, con tres medialunas que apuró sin hambre.

El zócalo del noticiero hablaba de un accidente en Panamericana, pero no le importó.

Miró el ticket que había dejado el mozo debajo del plato con las masas amarillentas, pagó con propina y salió.

Encendió el último cigarrillo del paquete, caminó dos cuadras y bajó por la boca del subte que le dió un calor en las manos que agradeció.

En el bar, el mozo juntaba las cosas de la mesa y, en un acto eléctrico, giró para ver si veía al hombre que acaba de dejar dos recetas debajo de la taza.

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Me llamo Walter Petina, soy argentino, porteño y tengo 48 años. Tengo una hija de 12 años que sin dudas es el máximo logro de mi vida. Se llama Miranda (como el personaje de la “Tempestad”, de William Shakespeare) y, más allá de que sea mi hija, es un ser humano increíble. De chico y gracias a mi viejo, conocí el valor del trabajo y cómo llevar adelante un negocio. Desde hace casi veinte años, soy empresario en el sector del software y el hardware, y dediqué prácticamente toda mi vida laboral a la comercialización de productos. Trato, todo el tiempo, de mantenerme incentivado con nuevos proyectos, porque pensar y hacer nuevas cosas me trae la energía que necesito para levantarme todos los días muy temprano y con muchas pilas. Este blog es un nuevo desafío que encaro con la misma voluntad y dedicación que todo los otros. ¡Gracias!

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