Entreabrió el ojo derecho primero y el izquierdo después. Tuvo que pestañear varias veces hasta poder hacer foco y finalmente lo logró.

Atinó a levantar su cabeza apenas unos centímetros hacia adelante y la dejó caer nuevamente.

Miró hacia al frente y vio cómo sus pies formaban lo que parecían dos cerros bajo la frazada verde musgo descolorida que lo tapaba. Ese detalle le permitió descifrar, luego de alinear algunas ideas, que se encontraba en su cama, en su casa.

Torció su cuello con vista a la derecha y, en la mesa de noche, pudo contabilizar una botella vacía que parecía de whisky, un vaso con una mínima dosis de un líquido de color ocre que contenía las colillas de dos cigarrillos, un cenicero repleto de estas y el reloj que marcaba las cuatro y veinte.

Las preguntas que en ese momento carecían de respuesta para Augusto eran varias y se amontonaban en su cabeza dolorida.

“¿Es de día o de noche? ¿Cómo llegué a la cama? ¿Salí del estudio y no volví más?”.

Levantó su mano derecha y la observó un rato como si no fuese suya. Luego advirtió que -a juzgar por el color de la prenda que cubría su brazo- se trataba del sobretodo y llevó un poco más hacia arriba su cabeza, no sin menos dolor que en su anterior intento.

Se destapó para cubrir que estaba completamente vestido con la ropa de calle y llevaba puestos hasta los zapatos.

Una vez más, se estremeció de no recordar nada. Bajó lentamente las piernas de la cama hasta quedar en posición de sentado. Al hacer presión con sus pies en el piso de madera, sintió el crujido de vidrio y se asomó mirando hacia abajo para advertir que había al menos una botella rota. El esfuerzo de mirar hacia abajo lo mareó y su tren superior cayó pesadamente hacia atrás.

Quedó mirando al techo y advirtió que había una telaraña perfectamente hilvanada en un ángulo y que un hilo colgaba hacia abajo haciendo llegar al bicho casi a la altura de su cara.

Lo apartó con la mano izquierda e intentó repetir el intento de incorporarse. Esta vez lo logró y permaneció un rato largo sentado inmóvil.

-Yo estaba en la barra del gallego, tomando ginebra. Y después… y después, ¿qué?

 ¿Cómo siguió la cuestión? No recordaba nada por más que seguía abriendo y cerrando los ojos con insistencia, como si con ello pudiese dilucidar algo.

Finalmente se levantó con dificultad y, tomándose del placard que dividía el monoambiente en dos, se dirigió hacia la cocina con la intención de prepararse un té.

Al llegar a la mesada, se sostuvo de ella con ambas manos para no perder el equilibrio y, mientras buscaba con la vista los fósforos para encender la hornalla, pudo ver las manchas de sangre que regaban el piso, la pileta y un costado de la heladera.

Dió dos o tres pasos hacia atrás horrorizado y, para su suerte, cuando se dejó caer fue a dar justo con la única silla que le quedaba.

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Me llamo Walter Petina, soy argentino, porteño y tengo 48 años. Tengo una hija de 12 años que sin dudas es el máximo logro de mi vida. Se llama Miranda (como el personaje de la “Tempestad”, de William Shakespeare) y, más allá de que sea mi hija, es un ser humano increíble. De chico y gracias a mi viejo, conocí el valor del trabajo y cómo llevar adelante un negocio. Desde hace casi veinte años, soy empresario en el sector del software y el hardware, y dediqué prácticamente toda mi vida laboral a la comercialización de productos. Trato, todo el tiempo, de mantenerme incentivado con nuevos proyectos, porque pensar y hacer nuevas cosas me trae la energía que necesito para levantarme todos los días muy temprano y con muchas pilas. Este blog es un nuevo desafío que encaro con la misma voluntad y dedicación que todo los otros. ¡Gracias!

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