-El caso es que el estudio decidió prescindir de sus servicios. No le pido que lo tome con tranquilidad, pero entienda que estas cosas pasan y que…

Augusto observaba cómo los labios de Ayala se movían, pero no podía escuchar nada de lo que este le decía. Estaba aturdido. 

“¿Y ahora qué?”, pensó. Veintinueve años pasaron desde aquel primer día en el estudio Zabala & Areces donde fue a parar gracias a un contacto de Tati. Ella era íntima amiga de la esposa del doctor Venancio Zabala y, cuando Augusto terminó el secundario y decidió que su carrera iba a ser derecho, le pidió que le hablara al marido para darle algún trabajo en el buffet y que así pudiera “empezar a circular en el ambiente”.

Él no quería saber nada con trabajar ahí, pero aceptó, como también aceptó muchas otras cosas a lo largo de su vida, como tantas en las que nunca pudo poner delante cuáles eran sus deseos.

-Lo que sigue es de rutina, usted me entiende, Urquiza -le espetó tranquilamente Ayala.

-Suba al segundo piso y allí lo van a recibir en Personal. Estamos a 27, así que supongo que su vínculo con el estudio finalizará la semana que viene. ¡Urquiza!, ¡Urquiza!

-Entiendo -fue todo lo que dijo. Dio vuelta sobre sus pasos y salió por la puerta con la misma decisión con la que había entrado diez minutos antes.

Caminó hacia la escalera caracol y subió hasta la planta baja. Cuando enfilaba para el medio del salón con rumbo a la escalera de mármol que lo conduciría dos pisos hasta la oficina de Personal, le vinieron unos deseos irrefrenables de fumar.

Cinco minutos después, ascensor mediante, estaba en la vereda dándole una calada profunda al cigarro y soltando el humo despacio, como siempre. La boca estaba pastosa y sintió un sutil ardor en la punta de su lengua.

Dio otra pitada y rumbeó hacia la esquina. Cruzó la calle en diagonal y se metió en el “Europa”, el bar al que solía ir a almorzar. Se acercó al estaño y le pidió a Manuel que le sirva “lo de siempre”.

El gallego, que movía los pies arrastrándolos, se dirigió hacia él con un vaso en la mano izquierda y la botella de ginebra en la derecha.

-¿Lo lleno, Urquiza? -preguntó cansinamente.

-Déjeme la botella -respondió con firmeza.

-¡Epa, hombre! ¡Apenas son las once! 

Artículo anteriorTerminator o cómo volver a la adolescencia a los 50
Artículo siguiente¡La alegría del Perú!
Me llamo Walter Petina, soy argentino, porteño y tengo 48 años. Tengo una hija de 12 años que sin dudas es el máximo logro de mi vida. Se llama Miranda (como el personaje de la “Tempestad”, de William Shakespeare) y, más allá de que sea mi hija, es un ser humano increíble. De chico y gracias a mi viejo, conocí el valor del trabajo y cómo llevar adelante un negocio. Desde hace casi veinte años, soy empresario en el sector del software y el hardware, y dediqué prácticamente toda mi vida laboral a la comercialización de productos. Trato, todo el tiempo, de mantenerme incentivado con nuevos proyectos, porque pensar y hacer nuevas cosas me trae la energía que necesito para levantarme todos los días muy temprano y con muchas pilas. Este blog es un nuevo desafío que encaro con la misma voluntad y dedicación que todo los otros. ¡Gracias!

Contestar

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.